El cine boliviano es malo
- pensarlaluz
- 23 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 27 abr 2020
Por Cybèle Verazaín Zuazo.

He escuchado ese juicio tantas veces, y para ser sincera, lo dije alguna vez. Claramente sin conocimiento de causa; llena de parámetros impuestos sobre el concepto de una “buena” película. El calificar de buena o mala una película se puede hacer desde diferentes cualidades y cantidades.
En primer lugar, se encuentra la retribución financiera. Si la película que hemos hecho es taquillera lo traducimos como una calificación buena, un principio lógico a primera vista, pues es simple: si a la gente le gusta entonces venderás. Separándonos un poco de los conceptos mercantilistas, me parece importante tener en cuenta que para entrar al mercado las películas tienen que responder a estructuras para llegar a ser taquilleras. Un círculo vicioso, ¿no? Estas estructuras responden a parámetros creados por la misma industria cinematográfica que “aseguran” una venta exitosa de la película, es decir, aseguran una buena película. Entonces hablamos de un público homogeneizado que está siendo constantemente formado para consumir un cierto tipo de productos y rechazar obras que no encajan en las estructuras impuestas para contar una historia: Presentación de los personajes, se define cual es el héroe, aparece el conflicto, el villano, se genera un romance, segundo conflicto, desenlace. Es por eso que las películas nos resultan previsibles.
Pero entonces ¿Cómo saber si una película es buena?
Para mí es algo más fácil responder a esta pregunta: ¿Te gustó la película o no?, además de parecer un poco más adecuada.
Es difícil calificar arte como algo bueno o malo, porque los que definen que una obra es buena o mala son los críticos, a quienes no critico, pero tienen una formación profunda y teórica sobre el arte: la historia, las olas que han acompañado el proceso evolutivo del arte y por lo tanto son personas “capacitadas” para definir si una obra es buena o mala. Poco absurdo, ¿no?
Tomamos como parámetros una crítica construida para darnos un panorama un poco más extenso con teorías ya escritas. Pero esto no significa que invalide los comentarios que podamos tener sobre una película. El arte es totalmente subjetivo, desde la realización hasta la recepción de las obras. Uno hace arte a partir de una necesidad visceral y cuando trabajamos en una obra de arte ponemos en ella nuestra vida entera: nuestras creencias, miedos, amores, concepciones de la vida, ideologías, gustos.
El proceso creativo de una obra de arte es mucho más complicado que un bosquejo o líneas narrativas. Los niveles comunicacionales que manejamos al hacer arte, especialmente en el cine, van mucho más allá de nuestro entendimiento racional para implantarse en el subconsciente.
Yendo al grano, el entendimiento de una obra de arte es subjetivo y varía de espectador a espectador, entonces no podemos calificar de “buenas a primeras” una obra dentro de esa dicotomía que claramente no toma en cuenta la complejidad que envuelve crear un filme. Calificar obras debería regirse más por el cómo nos hace sentir, si tiene congruencia con la forma en la que fue hecha, los detalles al ser exhibida y finalmente si nos gustó. Es tan simple como eso, porque el arte es eso: es sentir y hacernos sentir. No una línea de narrativa clásica, ni prototipos, ni la “aventura del viaje de héroe” hechos meramente para vender y no para contar una historia.
Además de eso, como cine que se desarrolla fuera de una industria cinematográfica, que es en la mayoría de los casos la situación del cine en los países latinoamericanos, luchamos contra un mercado construido para las películas con financiamiento que permita pagar más tiempo en cartelera, adquisición de equipos de última generación y contratación de un equipo humano gigante en comparación a las producciones medias que tienen las películas bolivianas y latinoamericanas. Se convierte en un monstruo con el cual es muy difícil luchar por un espacio en la cartelera, programas de televisión y, aunque las plataformas de streaming rompan de cierta manera esas brechas, la gente quiere ver la película de moda, de la que todos hablan. Por lo tanto, si este cine comercial termina siendo el único cine que consumimos; ¿Dónde queda nuestra formación como espectadores? ¿Cómo sabemos qué nos gusta si no conocemos otra cosa?
Ocurre que nos llegamos a perder en la homogenización del público y terminamos sin reconocernos. La mayor parte de las películas que consumimos no responden a nuestra realidad y generan un desconocimiento hacia nosotros mismos y el ambiente en el cual nos desenvolvemos. Este es el punto en el cual comienzan a surgir frases como: “la gente va al cine para distraerse y no para sufrir”, disfrutamos de ver otras historias y realidades, diferentes a las nuestras, que no es malo y en realidad nos da un amplio panorama de un mundo más ancho. Pero si todas estas historias están hechas con la misma receta, ¿De qué realidad hablamos?
El cine es el arte en el cual nos vemos reflejados, como un espejo, donde podemos descifrar la sociedad, sus males y los procesos históricos. Es por eso que el cine boliviano y el Latinoamericano, nos ayudan a reconocernos con nuestros orígenes, pasado, presente y quizás hasta poder prever un futuro. Esta realidad no es necesariamente triste, puede ser una realidad de conflicto social como un drama de una familia en un barrio popular o un encuentro entre familias de diferentes clases sociales en medio de un conflicto económico-social. Las posibilidades son infinitas y esa es la riqueza de nuestro cine, un cine auténtico hecho desde lo visceral y esa necesidad insaciable de contar historias.
Necesidad que a duras penas logra vencer los obstáculos que conlleva una producción cinematográfica de bajo financiamiento.
Con todo lo expuesto, la última película que viste ¿Te gustó?
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