Por: Bis Alarcón.
Foto: Velvet Mag/La Tercera
“Tengo miedo torero” es la voz visibilizada de una Drag Queen que fue cómplice en el atentado del Frente patriótico Manuel Rodríguez contra la dictadura de Augusto Pinochet en el Chile de 1986.
La fidelidad del guión a la obra escrita, que está situada entre la crónica y la novela, es altamente valorable. La obra ficcionada nos relata estos hechos en los años de convulsión en el que eran parte de la época las desapariciones, las detenciones, las paranoias y el miedo; pero que también nos describen una historia de amor imposible, cómplice, poética y de tono irreverente.
Alfredo Castro es La Loca del Frente. Personaje relatado en tercera persona y creado por Pedro Lemebel en su libro homónimo “Tengo miedo torero”. Castro, quien confiesa haber sido encomendado por el mismísimo Lemebel a interpretar este papel , nos lleva por los pasajes que describe el relato, que en un inicio surgió de anotaciones de no más de 20 páginas, tomadas después del atentado, según cuenta el mismo Lemebel en entrevistas. A Castro lo conocíamos de trabajos anteriores junto al director Pablo Larraín, en actuaciones excepcionales como Tony Mareno y “No” junto a Gael García.
La adaptación dirigida por Rodrigo Sepúlveda, director chileno y que en su corto tiempo de exhibición digital ha recibido buenas críticas no solo en el festival de Venecia -que es donde se estrenó-, sino también en su propio país y en el resto de Latinoamérica, con miles de visualizaciones por streaming a menos de una semana de ser lanzada y a pesar de su retraso a causa de la pandemia. Esta es una coproducción entre 3 países: México, Argentina y Chile, ganadora además, de fondos de Ibermedia y el INCA.
Una historia que no cae en los clichés del travesti glamuroso y/o en el revolucionario mítico de izquierda (Leonardo Ortizgris), nos narra el encuentro de dos personajes marginales, uno más que el otro, pero cada uno con sus inseguridades y desconfianzas en un contexto donde todo es susceptible. Desde la vecina que te pasa las llamadas, hasta los amigos revolucionarios “del club de lectura”, que no sabes a qué realmente se dedican. Un argumento lleno de complicidades y de juegos ambiguos entre lo que se oculta y lo que se sabe, no solo a nivel narrativo sino también a nivel emocional.
Una trama que no es fácil de develar en los primeros minutos -si no has leído el libro-, pero que evidencia su fidelidad en la adaptación, salvo por las partes no escenificadas de Lucia, la esposa del general a quien La Loca bordaba manteles caros, porque su oficio era bordar.
Los espacios, las casas viejas de conventillos que quedaron abandonadas después de un terremoto, los cuartos despotricados, las cajas secretas, los vecinitos que juegan al fútbol, las tienditas de almacén, recrean la atmosfera, perfectamente retratada en la novela y en la puesta en escena.
Las barricadas performáticas, en algunas escenas, también son una especie de homenaje a Lemebel, quien siempre puso el cuerpo antes que el discurso. La inclusión de algunos textos de su obra poética, que no están precisamente en la novela, también se hacen presentes en la película, frases como: “Si alguna vez inician una revolución que incluya a las locas avísame, ahí voy a estar yo en primera fila…”.
Otro elemento importantísimo en la adaptación es la presencia musical. Sabemos que Lemebel era melómano y que su personaje La loca prefería la compañía de la radio y la música del ayer y se la pasaba cantando, aunque las crónicas de Radio Cooperativa siempre le daban miedo. Ella prefería el show, el cine o el teatro antes que a la falsa Televisión.
Este es un cine que reconoce el trabajo de Lemebel luego de mucho tiempo de haberlo ocultado o negado y que sale a la luz en momentos de estallido social en Chile. Al mismo tiempo refleja la lucha por la recuperación democrática y los derechos civiles de los ciudadanos . Sin duda, este filme es un bellísimo homenaje visual a toda una generación que lucho contra la dictadura y a los maricas invisibilizados en sus luchas políticas.