Silencios visibles, el Fragor de Julia
- pensarlaluz
- 9 abr 2020
- 3 Min. de lectura

Por Beatriz Jurado.
Por efectos de la pandemia del coronavirus y en mi búsqueda frenética de qué ver en la red, llegué recientemente a Esito Seria (2004) de Julia Vargas Weise. A dos años de su muerte, ocurrida un 1 de abril 2018, puedo ver recién su primer largometraje, ambientado en Oruro y dedicado a su carnaval.
Máscaras de morenos, diablos y ángeles que juegan con seres humanos y sus amores-des-amores, sus decisiones, sus cobardías y sus deseos. Recordé fácilmente que en Carga Sellada del 2005 -que tuve la suerte de ver cuando la pasaron en el Multicine- había también una escena de diablos en el Salar.
Julia Vargas, la primera fotógrafa con formación académica del país, retrató la vida cotidiana, sus eventos, sus paisajes, sus historias y personajes. Fundó la escuela de cine para mujeres indígenas y niños trabajadores. Fue “documentalista, investigadora tenaz y de mirada sensible”, como la recuerda Milton Guzmán, su amigo y director de fotografía durante 28 años. Antes de morir, Julia estaba preparando un libro con 300 fotografías de los 50 años de su carrera.
Esta búsqueda en el You Tube me llevó de estos datos, a El fragor del silencio de 1999 y precisamente es a partir de este corto, que dura 22 min., que quiero ahora pensar y recordar a esta fotógrafa y directora de cine.
Fragor del silencio, réquiem para Mizque, Aiquile y Totora, describe los lugares que se vieron azotados por un terremoto de 6,5 grados, a las 00:40 del 22 de mayo de 1998, dejando 40 personas muertas. El corto es un recorrido por estos espacios.
Muros, puertas, muebles, enseres de cocina, una piñata que aún mantiene la tibia voz de sus habitantes. Puedo imaginar a estos cuatro seres, Julia Vargas, Milton Guzmán, Luis Bredow y Norman Chinchilla, caminando en silencio en medio de las casas a medias, grabando, fotografiando el desastre, temiendo romper algo que se pueda romper más.
En una entrevista Julia dice, las películas las completa el espectador. En ésta es así. Ella nos invita a crear nuestros personajes, nuestros fantasmas y es por eso que los suyos están demás. ¿Qué tipo de silencio hubiesen captado con un buen micrófono? El miedo está ahí, en las imágenes. 22 réplicas del terremoto se dieron en los dos meses siguientes. De frente, pero con resquemor, la cámara invade -porque ya no hay puertas que tocar-, como queriendo desviar la mirada de lo que aún sigue latente, como persiguiendo los pasos de lo que ya no está. Entonces los secretos ya no son secretos y podemos escucharlo todo y reordenarlo en nuestra mente: recrearlo, renacerlo.
¿Puedes asegurar que no existo, si no me ves?
Quizás esta haya sido la consigna de Julia. Detenerse a mirar en lo complejo de lo cotidiano, de lo que es y existe a pesar de todo.
Ella sabía que podía visibilizar a las mujeres y sus deseos, a los niños y su valor, los suspiros, aquello que se dice solo en la intimidad, dentro de esos muros y esas puertas, todo a través de la imagen.
Julia Vargas está muerta. Ya no está más aquí, entre nosotras, tratando de filmar historias, imaginando paisajes que forzará con recursos limitados. No más. Pero, ¿y qué nos queda de su voz? ¿Qué tenemos de ella ahora, además de sus películas?
Quizás algunos consejos: vivir, conocer gente y tratar de averiguar cómo piensan, cómo reaccionan. Alguna vez declaró: “Hacer cine no solo es filmar, hay que tener responsabilidad en cuanto a la dramaturgia, al nivel actoral, a la estética, la continuidad, el montaje. Hay que profundizar en los temas que se transmiten a nivel visual. El cine no solo son palabras, estás contando una historia que puede variar por la sensación que da la música o el color de las imágenes”. Rigor profesional.
Veo las máscaras empolvadas que dejaron sus actores. El salar desde una cabina de tren, llena de gente que no sabe bien a dónde va o qué lleva. Julia nos quedó por aquí y por allá.
La destrucción no fue del todo cierta. Aún nos queda la imagen.
Aún tenemos algo de ella. ¿Cierto?
Estas categorías de análisis, con sus respectivas diferencias, con sus contextos particulares en los que surgen, etc. van conformando las formas en que nuestras sociedades aprenden, conocen, interpretan y accionan. Sin embargo, no percibo radicales diferencias, fronteras inflexibles entre unas y otras. Me parece más bien que son como un proceso largo en el que se van sumando elementos que van enriqueciendo nuestra comprensión del mundo, nuestra acción sobre él.
Es decir, que algunos elementos de una metodología estarían presentes también en otra, con ciertos “aditivos”, por supuesto. Como si de trabajos que se superponen se tratara, no se eliminan unos a otros, sino que recuperan elementos entre sí.
Las diferencias parecen ser más evidentes en cuanto a las finalidades que estas metodologías persiguen y quizás éstas sean el reflejo de los paradigmas que las conciben.
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